Cualquier sitio es bueno para la fiesta, pero los polesos han escogido la naturaleza. Una isla verde cercana al casco urbano, con foresta incluida para estar a la sombra si el calor aprieta. La gente más madrugadora sube al prao sobre las cinco de la tarde. Hay un acto protocolario, una avanzadilla que redobla tambores y gaitas inaugurando la romería y la acampada. Proliferan las bandas de música, los chiringuitos, y el tiempo pasa rápido entre el excelente ambiente, pudiendo alargarse hasta bien entrada la madrugada.
Hace años cuando se regresaba a la villa, los romeros pedían agua a sus vecinos. Y desde los balcones asoman los calderos para empapar al personal. Hoy en día es algo que se va perdiendo. Los más mayores se acercan a la verbena clásica, los jóvenes suelen atiborrar pubs y discotecas hasta que el cuerpo aguanta.
Pero el Carmín no es un evento circunstancial ni caprichoso, es una fiesta con solera y muchos argumentos. Podemos retroceder en el tiempo y así aproximarnos a la esencia misma de un festejo que hoy en día no conoce fronteras.
Ya en el siglo XVII se levantó una capilla dedicada a Nuestra Señora del Carmen sita en la plaza de lo que hoy es «Les Campes», aunque posteriormente fue demolida en 1810 por acuerdo de los hermanos cofrades de la Cofradía del Carmen ya que servía de parapeto a los franceses. Su retablo y su imagen cambiaron de sitio de adoración, pasando entonces al templo parroquial que fue quemado en la revuelta del 36.
La celebración siempre se reservó para el domingo siguiente al 16 de julio de cada año, y a causa del elevado número de cofrades de la hermandad, la fiesta se repetía al martes siguiente, más pequeña, y por ello la llamaban «el Carmín».
La imagen de la ermita se sacaba en procesión para que todos pudieran verla. La numerosísima concurrencia y los romeros la adoraban a la sombra de los viejos castaños. De despedida, el tradicional baile de la Danza Prima, con el estribillo «viva la Virgen del Carmen». Las empanadas de anguilas reponían las fuerzas de los romeros.
Con el tiempo, algunas cosas han ido cambiando, a principios del siglo XX la Banda de Música anunciaba el comienzo de las fiestas, la primera verbena se celebraba siempre en la plaza de la iglesia hasta que en los años 20 la creación del parque cambió la fisonomía de la Pola y de la fiesta.
Hoy en día, los actos religiosos quedan un tanto relegados por el eco que actualmente tienen los profanos. La que se conoce como «Romería de Asturias» sigue teniendo una acogida excepcional y como ya se ha dicho, los polesos y foráneos acuden al prao con sus empanadas, no ya de anguilas, sus bollos preñaos… y sus buenas botellas de sidra.
Hoy como hace 300 años el Carmín es un lujo festivo y fieles a los antepasados miles de personas bailan la Danza Prima por las calles:
Ay! un galán d’esta villa
Ay! un galán d’esta casa
Ay! él por aquí venía
Ay! él por aquí pasaba
Ay! diga lo que él quería…
Texto: © Ramón Molleda para asturias.com