Se coloca su máscara y entonces vuelve la leyenda al concejo de Ponga, a San Juan de Beleño. Escoltado por hombres a caballo, el Guirria es un personaje casi invulnerable, un superhombre para el nuevo año que comienza.
El papel lo interpreta un mozo del concejo que irá dando besos a las mozas que encuentre a su paso y que echará ceniza y dará palos a quien se lo impida. Los aguinalderos van pidiendo por las casas a lomos de sus caballos lustrosos, acompañando al Guirria en su incursión fantasmal por las calles de San Juan.
Cuenta la tradición oral que hace algunas décadas, el travieso duende pongueto -que se encarna cada año en un mozo soltero cuya identidad se mantiene en el anonimato- no tenía reparo en derribar tabiques, quitar cristales o forzar puertas para hallar a las mozas ocultas. Se narra la anécdota de un guirria que acabó con sus carnes en una masera de adobu tras pisar el entablado falso de un desván.
Y todo por amor… En Beleño se elaboran infinitas teorías sobre esta leyenda. Hay quien sostiene que encarna lo que los sociólogos llaman un rito de paso. Representan el mundo de las relaciones agrícolas y ganaderas; el ritual del apareamiento, la fertilidad, la reproducción y la creación de la riqueza, defiende Angel Mato, natural de Beleño y profesor de Historia. Otros, simplemente conjeturan que es una fórmula antiquísima para cortejar.
Sea como sea, en torno al mediodía del Año nuevo la comitiva del Guirria y los jinetes del aguinaldo parten de San Juan de Beleño hacia el barrio de Cainava. Ahí comienza su ruta diablesca por Beleño. Al llegar a Cainava entra en todas las casas abiertas y besa a todas las mozas que puede. En todas los hogares le ofrecen de comer y beber y se convierten en sus cómplices. También se muestran hospitalarios con sus jinetes, que cantan coplas con deseos de felicidad para todos los vecinos.
Una jornada irrepetible para los que encarnan la leyenda y los que la secundan como espectadores. Cuando cae la noche el superhombre se desprende de su máscara blanca, de sus barbas, del cucurucho que lleva por sombrero, de su traje… de su bastón de mando, y toda la fuerza del mito se queda así sin cuerpo que la mueva. Será hasta el año que viene. Siempre el uno de enero, ese día en el que además de resaca, muchos son los que tienen la plena seguridad de que tiempos mejores vendrán, en el trabajo, en la salud… y también en el amor.
Reportaje fotográfico: J. Pandal y Xosé Ambas
Texto: © Ramón Molleda para asturias.com