Los tejos o texos son unos árboles poderosos y longevos, pueden llegar a vivir todo un milenio. Aunque escasos y protegidos, algunos de ellos ocupan el trono de la naturaleza asturiana desde una experiencia casi infinita. Sin ir más lejos, sendos ejemplares del concejo de Allande, en las aldeas de Santa Coloma y Lago, presumen de haber visto pasar el tiempo desde antes del descubrimiento de América.
Como reza un dicho inglés: la vida de un tejo, la longitud de una era.
Como vive tanto, en torno a él se han venido gestando centenares de simbolismos e incluso mitologías. Un totem que bien se asocia a la vida o bien a la muerte (posiblemente a las dos y a la eternidad). Algunos sostienen que la savia del tejo era usada por los astures para inspirar sus danzas rituales. Desde aquellos tiempos ya se ha hecho vieja la costumbre de plantar el tejo junto a la casa, la iglesia o la ermita. Aún hoy continúa viva esta tradición. Los asturianos permanecen fieles a un árbol que en otro tiempo organizaba parte de sus creencias y valores, cultura y territorio, y que cobijaba en su sombra asambleas y fiestas. De este lado tenemos el árbol de la vida. El de la muerte le viene de su semántica y el veneno de sus plantas. En todos los países europeos se fabricaron los mejores arcos con la madera de los tejos. Los romanos lo aprendieron de los griegos, y los estados modernos del imperio romano. Esta función bélica realzaba el matiz mortífero del árbol. Además, es probable que el nombre latino del tejo, taxus, se relacione con toxon, el nombre griego del arco, y con toxicon, el nombre griego del veneno con que estaban untadas las flechas.
¿Cómo son los tejos?
Un árbol longevo, de hoja perenne y de crecimiento lento. Le da tiempo a presenciar varias guerras y tratados de paz, miles de tormentas y de calmas en un sóla vida. Imagínense, llegar a tener 15 metros de alto le suponen más de 500 años de vivencias contradictorias y toneladas de agua de lluvia. En su crecimiento parece ir asimilándolo todo poco a poco, pausadamente, sin asustarse por nada: muy lentamente. De ahí la expresión «pa sombra pa cuando sea vieyu», que suele citar el que se decide a plantar uno.
Su doble connotación, muerte-vida, su pasado religioso, sigue hoy patente en dos de sus enclaves más habituales: el cementario y la iglesia (sitios en los que se censan más de 200 ejemplares en toda la región). Si bien es cierto que esta localización esconde una función práctica en el fondo: con su follaje tupido y perenne protege del viento los tejados del edificio, proporciona sombra y un microclima de salud.
El tejo en Asturias se presenta pocas veces de forma silvestre creando foresta, salvo en zonas localizadas de la Sierra del Sueve, Muniellos o el Aramo. Generalmente se habla de tejedas o tejedales para referirse a las extensiones en las que los tejos son especialmente abundantes. Estas, sin embargo, suelen ser escasas y coincidir con hábitats exigentes que demanda el árbol: mediana altitud, suelos calcáreos y pluviometría alta. Acostumbra más a perderse en otros tipos de bosque; y más aún a vivir como individuo aislado. Le gusta crecer en soledad, rodeado de riscos y empapado de agua. En sociedad también vive solo, acompañado de algún inmueble histórico pero mudo. Frecuenta las fincas particulares y da sombra a los hogares rurales.
Tejos: árboles sagrados
Su madera es muy apreciada en ebanistería, sobre todo por su dureza y elasticidad, pero no se puede ni tocar: el tejo es especie protegida. La tala o desenraizamiento requiere autorización administrativa. Las medidas conservacionistas son severas y ya han sido declarados monumentos naturales algunos ejemplares. De ser halo de protección, guardián del tiempo y de los tejados de las civilizaciones, ha pasado a ser protegido de enemigos que nunca antes conoció. Es cierto que se sigue plantando con respeto, pero ya no se sabe cuidarlo como antes. La reconstrucción de los edificios cercanos, el asfalto a sus pies, los cables eléctricos, los carteles, chinchetas, grapas… contribuyen a que envejezca prematuramente. Por su parte, los tejos silvestres tienen los enemigos propios de otros árboles: las explotaciones forestales no racionales.
El título de Monumento Natural contribuye a proteger a los más anacianos para que tengan una vejez digna. En el Principado existen varios de estos títulos para los citados tejos de Santa Coloma y de Lago (Allande), el de Salas (en las inmediaciones de la capital de Salas), Bermiego (Quirós) o Santibáñez de la Fuente (Aller). Este último, al igual que los dos primeros, ya ha superado el medio milenio de existencia, mide 12 metros de altura y 15 metros de diámetro.
El tronco del tejo no nos dice sus años. Es estriado, grueso, con corteza pardogrisácea y produce gran número de ramas extendidas y colgantes en su terminación. Su follaje padece cierta pesadumbre, pero también florece, lo hace al final del invierno y principios de primavera, madurando las semillas en otoño. Hoy en día, en la región, se fomenta el cultivo de tejos autóctonos, procedentes de genéticas catalogadas y viveros asturianos que ponen a buen resguardo esas semillas.
Plantar un tejo
Una buena manera de cumplir con el dicho, casi la obligación, de plantar un árbol al menos en la vida de cada hombre, sería la de plantar un tejo. En este caso la buena acción ecológica se convierte también en un ejercicio de fé al Dios Tiempo. Plantamos un árbol que puede ver pasar generaciones y generaciones, incluso asistir a un cambio de era. Desde luego no se nos ocurre mejor manera de perpetuar nuestra memoria y custodiar la naturaleza por tan largo espacio de tiempo. Incluso el universo, pues una leyenda americana cuenta como la Osa Mayor, la Osa Menor y todos los animales del firmamento subieron desde la tierra a lomos de una flecha disparada con un arco de tejo.
En el siguiente enlace se encuentra detallado, paso a paso, como rozar la inmortalidad con una semilla en la mano.
Trashumando nos indica cómo plantar un tejo
Texto: © Ramón Molleda para asturias.com