Hay quien dice que la primavera llega a Asturias cuando florecen los manzanos; otros, más avisados, saben que la verdadera señal inequívoca del cambio de estación es la Feria de la Primera Flor en la muy noble villa de Grado, o Grau para los nativos, que no ceden un palmo al castellano cuando de nombrar lo suyo se trata. Y hacen bien.
Esta localidad, fundada en el siglo XIII bajo el auspicio de Alfonso X el Sabio, ha sabido preservar su esencia medieval mientras avanza con paso firme hacia la modernidad. Grao, asentada entre el aliento tibio del Nalón y las reverberaciones de una historia vieja —pero no rancia—, es una villa que combina el abolengo de su piedra con la lozanía de su verdura. En otras palabras, que tiene tanto de noble como de huerta. Y esa ambigüedad encantadora es la que se celebra, con todos los honores, en su Feria de la Primera Flor.
En la Primera Flor se exponen y comercializan productos locales —mermeladas y zumos, embutidos, quesos, miel, harinas ecológicas, productos de panadería, y destacando especialmente la faba asturiana con Indicación Geográfica Protegida (IGP)—.Este evento, que arranca allá por los albores de abril como quien despierta de la siesta invernal, es mucho más que un mercado: es una exaltación del orgullo moscón. Porque así se llama a los habitantes de Grado, moscones, como si el gentilicio les viniera dado por el zumbido persistente y alegre con el que se defienden del tedio moderno.
Agenda de la Primera Flor

Primera Flor de Grao 2025
23Aquí os detallamos toda la … Leer más
Qué ver en Grao
Grao no es un pueblo sin más, es una plaza con historia, una iglesia con resonancia y un mercado con eco. Su casco antiguo, declarado Bien de Interés Cultural, tan bien dispuesto como una mesa de dominó en la sobremesa de un domingo lluvioso, conserva la traza medieval sin perder la compostura moderna. Las casas, con sus corredores floridos, miran al visitante con esa mezcla de desconfianza y curiosidad que caracteriza a los buenos anfitriones.
Presidiendo la escena, la Plaza General Ponte. Alberga el mercado semanal, una tradición que se remonta a la Edad Media y que cobra especial relevancia durante la Feria de la Primera Flor. Se convierte durante la feria en un mosaico de colores y aromas: fabas de la mejor estirpe, repollos que parecen esculpidos por un cantero y quesos que compiten en olor con los mejores perfumes.
No lejos de allí, el Palacio de Miranda-Valdecarzana —que parece sacado de una novela decimonónica con conde viudo y doncella díscola—, alberga hoy la Casa de Cultura. Allí, entre actividades varias, se refugia el espíritu docto del pueblo, porque en Grao hay más cabezas que sombreros, aunque no lo parezca un día de feria.
Muy próxima se halla la Capilla de los Dolores, erigida en el siglo XVIII, cuya fachada de piedra sillar y retablo mayor dedicado a la Virgen de los Dolores la convierten en un referente del barroco asturiano.
Durante la Feria de la Primera Flor, estas edificaciones no solo sirven como telón de fondo, sino que se integran activamente en las celebraciones.
Hay quien cree que la Feria de la Primera Flor debe su nombre a las primeras flores del campo. Falso. O al menos, no del todo cierto. Porque aquí lo que florece de veras son los tratos, los reencuentros, los saludos en voz alta y las noticias que no salen en el periódico pero corren como la pólvora entre los puestos: quién volvió al pueblo, quién se fue sin decir adiós y quién, en un arrebato de primavera, se ha vuelto a enamorar. No siempre por ese orden.
Y es que la feria, más que una celebración agrícola, es una manifestación de la vida rural asturiana en su versión más festiva, más suelta y, por qué no decirlo, más coqueta. Hay gaitas, hay gaiteros, y hay quien se pone la camisa buena solo para dejarse ver. Nadie lo confiesa, pero todos lo hacen.
Fotos: © Oficina de Turismo de Grao.
Texto: © Ramón Molleda para asturias.com
