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Edificio histórico de la Universidad de Oviedo

Edificio histórico de la Universidad de Oviedo

Una joya con claustro y memoria

Actualizado el 3 abril 2025
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La Universidad de Oviedo es una universidad pública de Asturias con campus en Oviedo, Gijón y Mieres. Son 17 facultades y escuelas, 2 centros adscritos, un Centro Internacional de Postgrado y una Escuela de Doctorado. Para el curso 2022-2023 se habían matriculado en la Universidad de Oviedo 18.923 alumnos, de los cuales 16.224 fueron estudiantes de grado, 1.496 de máster y 1.203 de doctorado.




Latitud: 43.3617401 Longitud: -5.8462658
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Hay edificios que parecen haber sido construidos no para durar, sino para quedarse, como esos invitados de sobremesa que ya no saben si ofrecer otra copa o contar otra historia. El histórico edificio de la Universidad de Oviedo es uno de ellos: ha resistido incendios, guerras, reformas y modas, y ahí sigue, en el corazón de la ciudad, impasible y un tanto altivo, como corresponde a quien fue casa de saber cuando la mayoría de España todavía creía que estudiar era cosa de frailes o de locos.

La Universidad fue fundada nada menos que en 1608, por voluntad testamentaria de don Fernando Valdés Salas, natural de Salas y nada menos que inquisidor general de Castilla, arzobispo de Sevilla y presidente del Consejo de Castilla. Lo que se dice un hombre hecho a sí mismo… y a los demás. Valdés, que entendía el poder del conocimiento (aunque con ciertas reservas sobre cuál debía ser ese conocimiento), quiso dotar a su tierra natal de un centro de estudios superiores, y para ello dejó dispuesto en su testamento que se fundara una universidad, con fondos obtenidos, entre otras fuentes, de rentas provenientes de la explotación del monopolio del aguardiente (porque en esta vida todo se acaba pagando con impuestos o con resacas).

El edificio fue diseñado por Rodrigo Gil de Hontañón y finalizado por Juan del Rivero Rada, y su estilo no es otro que el de la sobria elegancia herreriana: esa arquitectura que habla en voz baja, sin adornos innecesarios, como si temiera interrumpir a un catedrático en plena disertación. El patio central, de planta cuadrada, se articula en torno a un bello claustro de dos pisos, sostenido por columnas dóricas y jónicas que parecen observar con severidad a los estudiantes. En uno de sus lados, sobre el pórtico, se encuentra la inscripción fundacional, y encima de ella, el escudo de la Universidad, con sus tres lises y la tiara papal, que recuerda más a Roma que a Oviedo, aunque todo se andará.

La plaza Porlier, que da acceso al edificio, fue en tiempos más un patio de maniobras que un salón urbano: lugar de encuentros, de paseos semiclausurados, de tertulias en los soportales. Hoy es punto de paso de turistas que se detienen a fotografiar al viajero de Úrculo, pero para el ovetense veterano, la Universidad sigue siendo la que marca el compás: el reloj de su torre ha dado más clases que muchos profesores.

Edificio histórico de la Universidad de Oviedo

El edificio sufrió graves daños durante la Revolución de Octubre de 1934, cuando fue incendiado —cosa que, en España, parece la manera más definitiva de polemizar con una institución—. El fuego destruyó la biblioteca histórica y parte del archivo, lo que no deja de ser una tragedia intelectual, pero también una metáfora: el conocimiento, como la fe, se prueba en las llamas. Afortunadamente, fue restaurado con mimo en las décadas siguientes, manteniendo su sobria dignidad.

A lo largo de los siglos, por sus aulas pasaron hombres y mujeres de letras, ciencias y leyendas: desde Gaspar Melchor de Jovellanos, eterno ilustrado de la villa y corte gijonesa -en 1757, con trece años, se traslada a Oviedo a estudiar Filosofía-, hasta Clarín, el de La Regenta, que hizo de Vetusta una sátira más duradera que muchas reformas educativas. Y también pasaron miles de estudiantes anónimos, con sus sueños, sus agobios y sus clases de ocho de la mañana, esos verdaderos mártires de la sabiduría.

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Hoy el edificio es sede del Rectorado o la Secretaría General y de actos solemnes, pero conserva ese aire de templo laico en el que la palabra —la pensada, la leída, la dicha— sigue siendo sagrada. Su claustro guarda ecos de debates que no salieron en los periódicos, de pasos apresurados antes de un examen, de declaraciones de amor al pie de una columna. Es un lugar que, sin decir nada, lo dice todo.


Texto: © Ramón Molleda para asturias.com Copyright Ramon Molleda



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