Caminando de un lado a otro de la ciudad, siguiendo un callejero variable pero centrado en lo escultórico, podemos hablar de una ruta de las esculturas. Una ruta que no esta prefijada ni exige verlas todas (cientos).
Oviedo y Woody Allen
Oviedo es ante todo una ciudad peatonal, cómoda para los transeúntes. El director de cine Woody Allen, Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2002, lo sabe bien. Paseando por sus calles, dejó para la historia local un buen número de halagos y de análisis certeros. Oviedo es una «ciudad deliciosa, exótica, bella y peatonalizada; es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera… como un cuento de hadas». Oviedo es, según él, un territorio “aislado pero muy bello”, que le produce la sensación de hallarse fuera de la realidad: “en una atmósfera protegida”.
Desde que el prestigioso Allen se pronunciase de esta manera, en la capital asturiana buscaron la forma de agradecerle estas palabras y rendirle culto secular. La estatua de Woody Allen que ahora “camina” en pleno centro de la ciudad sorprendió al propio director en una visita a Asturias en mayo de 2005. Un conocido diario regional tituló el encuentro de esta manera “Allen conoce a Allen”.
Después de observarla con detenimiento Woody comentó a sus acompañantes que era muy difícil reaccionar ante la estatua de uno mismo. Más tarde, en una comparecencia en el auditorio, dejó para la historia una frase que bien podría encajar en su gran listado de citas célebres, o en el diálogo irónico de una de sus películas: «Me gustaría venir cada año para ponerle una corona de flores».
El caso es que la estatua del gran Woody, la única oficialmente conocida en todo el planeta, es ahora una de las señas de identidad de la ciudad de Oviedo. Son muchos los que se retratan junto al genial cineasta. Mimetizan su pose: adelantan ligeramente el pie izquierdo y se meten las manos en los bolsillos, adoptan un semblante pensativo y casi llegan a olvidarse de que lo que camina a su lado es una estatua.
Y Mafalda
Otro homenajeado en los Premios Príncipe de Asturias, Joaquín Salvador Lavado Tejón «Quino«, ha visto como Oviedo tiene un asiento privilegiado para la niña de sus ojos: Mafalda, que nos espera en un céntrico banco del campo San Francisco con cara sonriente.
Mafalda en Oviedo
El humorista gráfico argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido por su seudónimo: Quino, …
Oviedo y las esculturas del casco antiguo
La afición a retratarse con las estatuas de Oviedo comenzó en el año 1993, cuando miles de turistas ya se detenían para fotografiarse con la solitaria figura masculina que otea la lontananza desde la Plaza de Porlier, apoyándose en un baúl, con los pies rodeados de maletas. Es El regreso de Williams B. Arrensberg, de Eduardo Úrculo, popularmente conocida como “el viajero”. Una obra pionera en su género, que inunda de nostalgia, pero también de sabor aventurero y detectivesco, el casco histórico de Oviedo. Para Úrculo, ciertos objetos como las maletas, los abrigos, los bancos y – especialmente – los sombreros están cargados de simbolismo sobre la condición humana.
En la plaza de la catedral nos encontramos con otro personaje de ficción. Una mujer de bronce que pasea inmóvil embutida en su traje de época. Es Ana Ozores, La Regenta, que vivió en la imaginaria Oviedo (Vetusta) de Leopoldo Alas Clarín y que con esta réplica perdura para siempre fuera de la novela; en convivencia eterna con la ciudadanía.
Oviedo y Botero, Oviedo y Úrculo…
Fernando Botero vino a dar a Oviedo su escultura más oronda. El genial artista colombiano contribuye a la ruta básica de las esculturas con una obra enorme, de bronce bien pulimentado y sin aristas ni rectas. La grandiosa Maternidad, reina y señora de la Plaza de la Escandalera, con sus más de 800 kilogramos de peso alza en brazos al bebé más rollizo que se pueda concebir.
La gordura y la desproporción también afectan a la escultura que más dio que hablar en Oviedo cuando se colocó junto al Teatro Campoamor en el año 2001. El Culis Monumentalibus, de Úrculo, no tiene en principio ningún significado oculto, es un culo con todas las letras. Un superculo, podríamos concluir, alzado por unas jambas rotundas a más de 4 metros de altura. Aunque pesa más de una tonelada parece querer despegar hacia el cielo en busca de una espalda que le conceda un poco de dignidad.
Son cientos las esculturas que se encuentran diseminadas por todos los rincones de la ciudad, desde el Parque San Francisco hasta los más recónditos emplazamientos. El estilo es variado, aunque predomina claramente la tendencia figurativa. La vaca biológica, de Cuco Suárez, es la escultura más vanguardista de todas. Situada en el parque de invierno, está hecha de metacrilato y su transparencia deja ver un circuito iluminado, de neón, que destaca las funciones internas del animal: alimenticias, sanguíneas, respiratorias… Su visión nocturna resulta sorprendente.
Asturias, sus costumbres, sus oficios tradicionales son una constante en muchas de las esculturas que adornan Oviedo: Las vendedoras del Fontán, en la Plaza del Fontán; La lechera y El vendedor de pescado, colocadas en la Plaza de Trascorrales; Guisandera en la calle Gascona; o la popular fotografa La torera, inmortalizada en el Parque de San Francisco, son buenos ejemplos de esta temática.
Son muchas las esculturas que restan por describir, aunque en nuestro paseo por Oviedo nos van saliendo al paso: Monumento a la Concordia, en la Plaza Carbayón; Paz, en la avenida Fundación Príncipe de Asturias; Vida, en la Plaza Hermandad de Donantes; Violinista, en la Plaza de la Gesta; El Diestro en Palacio Valdés; Mendigo con perros en la calle Alejandro Casona; Los asturcones, en la plaza de la Escandalera, y un largo etcétera.
Presidiendo este enorme mosaico de seres inanimados está la escultura de más envergadura de la ciudad, el Sagrado Corazón de Jesús, en la cima del Monte Naranco. Desde allí insufla vida a todos, sean de carne y hueso, de piedra o de bronce.
Texto: © Ramón Molleda para asturias.com