A nuestros pies se extiende la playa de Santa Marina. Es algo más que una playa, en ella se conjuga patrimonio, historia, turismo, sociedad y ecología. Hasta el siglo XIX permaneció salvaje, próxima a un extenso humedal -El Malecón- que ofrece un hábitat ideal para numerosas especies de aves migratorias. Desde nuestro privilegiado mirador podemos ver ambas zonas. El arenal está flanqueado por el monte Somos y el Corberu, y nosotros nos ubicamos en el tercer promontorio que circunda todo el entorno: el monte de Ardines.
La primera colonización urbanística de la playa se debió a la puesta en servicio del puente metálico sobre la ría en 1898. Así surgieron las villas, palacetes y chalets modernistas que hoy vemos desde nuestra atalaya. Es una visión que conserva todo su encanto y que confiere a la playa de Santa Marina la calidad de una postal única en todo el mar Cantábrico. En los años sesenta y setenta del siglo XX se acabó de urbanizar todo el arenal, quedando la villa configurada tal como hoy la conocemos.
La villa de Ribadesella fue un importante enclave ballenero y en el siglo XVIII intentó consolidarse como el mejor puerto asturiano de enlace con Castilla, pero, quizá por influencia de Jovellanos las inversiones se fueron hacia el puerto de Gijón.
Texto: © Ramón Molleda para asturias.com