Entre las muchas calzadas romanas, o caminos reales, que surcaban Asturias y comunicaban esta región con tierras leonesas, destaca la llamada Senda del Arcediano, que une la comarca de Cangas de Onís con la de Riaño. El oriente asturiano se comunicó desde tiempos pretéritos con el antiguo Reino de León por este camino. Fue un trazado utilizado por Roma para someter a cántabros y astures, después se convirtió en vehículo de romanización entre las dos vertientes del puerto, sirvió a la invasión musulmana y a la posterior reconquista. Durante el Medievo se usó para “transportar” la doctrina del monasterio de Sahagún. A finales del primer milenio se habla de «via saliamica» (sajambrina) y de «carrera maiore» (camino mayor o real).
En la Edad Media fue paso obligado de arrieros. Una clásica ruta de paso de viajeros y trasiego de mercancías que duró varios siglos. Por ella discurrían buena parte de los productos del oriente asturiano que se llevaban a vender a tierras meseteñas, como el almagre, pigmento rojizo obtenido de un óxido de hierro, muy demandado tierra adentro y que dio un nuevo nombre a la ruta: el Camín del Almagre. Los sajambriegos usaban la vía en recorrido inverso para «ir a campos», abasteciendo a la zona asturiana de productos que no existían en sus contornos, como el trigo o el vino. También fue un paso básico para la emigración estacional de los tejeros llaniscos hacia tierras leonesas.
Su nombre actual obedece al testamento de un clérigo del siglo XVII, Pedro Díaz de Oseja, Arcediano de Villaviciosa, quien dejó ordenado que anualmente se pagasen veinte ducados de sus rentas en «aderezar» esta ruta, «necesitada de pedreras, maderadas y puentes».
Hoy en día, y después de la construcción en el siglo XIX de la actual carretera del Pontón por el desfiladero de los Beyos, la primitiva senda ha quedado relegada a un papel pastoril y turístico. Es un recorrido excepcional por la belleza del paisaje -conservado intacto a lo largo del tiempo- y también por su inteligente trazado y por las obras de ingeniería de su calzada. Es a mitad de recorrido cuando mejor se observa la calzada original y cuando la senda atraviesa una zona de extensos prados, rodeados de bosques de hayas y montañas. Esta gran pradera es aún conocida como La Suelta, pues antiguamente era el lugar donde se «soltaban» y cambiaban los bueyes de las carretas para afrontar la dura subida del puerto. A lo largo de todo el camino descubrimos verdes pastos, donde abunda el ganado: vacas, ovejas, cabras y caballos; y frondosos bosques, especialmente de hayas, robles y acebos, el hábitat de una fauna de venado, corzo, rebeco, jabalí, zorro, ardilla y mustélidos, así como numerosas aves, entre ellas el tan protegido urogallo.
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